Explorar la membresía

La velocidad del mundo de hoy: cómo nos desconectamos de nosotros mismos sin darnos cuenta

cursos escritura journaling Nov 24, 2025
persona tomando el curso en paando sobre escritura reflexiva para entender sus emociones

Por Cristina Coghlan (Happy Go Lucky)

Últimamente ronda mucho en mi mente esta pregunta:

¿En qué momento nos dejamos atrapar por la velocidad con la que va el mundo?

No lo notamos inmediatamente. No hay una alarma que suena ni un letrero que diga: “A partir de hoy el ritmo de tu vida es 2x.” Simplemente un día despertaste y te diste cuenta de que ya estás ahí: corriendo, respondiendo, alcanzando, anticipando y tratando de ir al paso de un mundo que no se detiene, que exige y que empuja.

Y lo más fuerte es descubrir que esa velocidad no solo marca cómo hacemos las cosas, sino también cómo las pensamos, cómo nos relacionamos y cómo nos sentimos. Porque de pronto no solo vivimos de prisa, sino que también se espera que respondamos con la misma urgencia que domina al otro. Como si la vida fuera una competencia en silencio en la que nadie recuerda haber aceptado participar.

En esta reflexión quiero invitarte a voltear a verte y observar cómo esta aceleración constante afecta tu mente, tu cuerpo y tu espíritu hasta sentirte “burned out”.

No para culparnos, sino para recuperar la soberanía sobre nuestro ritmo. Para recordar que la vida no sucede en la velocidad, sino en la presencia.

 

Vivimos en la era de la inmediatez

Un tiempo donde la información no solo llega rápido, sino que llega siempre: mensajes, notificaciones, chats, redes sociales, anuncios, correos de trabajo, plataformas, recordatorios, avisos… una corriente interminable de estímulos que nos mantiene en estado de alerta permanente. 

Y esta cultura de lo instantáneo no se queda solo en la comunicación. Comprar también es inmediato: un click, y el producto aparece en tu casa. Ya no esperamos ni procesamos. Vamos perdiendo la cualidad de ser pacientes.

Incluso los trámites que antes requerían interacción humana como ir al banco, hacer una fila, hablar con alguien, explicar un problema… hoy se resuelven en segundos desde tu celular. Ya no hay pausas, ni momentos de transición que nos permitan respirar o cambiar de estado.

Los vínculos humanos entraron en esta lógica. Ya no se felicita por teléfono, con voz, con presencia; se manda un mensaje corto y se da por leído. 

Mientras tanto, el teléfono vibra incluso mientras dormimos. Al despertar ya hay docenas de pendientes que compiten por nuestra atención. Y sin darnos cuenta, asumimos como normal esta disponibilidad sin límites. Estamos conectados todo el tiempo, incluso cuando lo que más necesitamos es desconectarnos de lo externo y reconectarnos con nuestro interior.

Pero lo más alarmante no es la cantidad de mensajes, sino las expectativas que vienen con ellos. La persona del otro lado de la pantalla asume que: ya lo viste, ya lo leíste, ya lo procesaste, y peor aún ya estás de acuerdo o listo para responder.

Sin preguntar, sin esperar, sin espacio para tus tiempos, tu ritmo o tu energía. Te comprometen sin permiso. Te involucran sin considerar si tienes disponibilidad emocional, mental o física.

Y mientras esto pasa, tú también empiezas a funcionar igual. Porque la prisa es contagiosa. La urgencia es contagiosa. La inmediatez, cuando se normaliza, se convierte en un condicionamiento.

 

El costo invisible: nuestro sistema nervioso en saturación

Lo que sencillamente podría ser responder mensajes” o estar al día” es en realidad un ciclo de activación constante que nos mantiene en estado de alerta.

Cuando vivimos así por mucho tiempo, empezamos a experimentar estrés frecuente, cansancio mental, ansiedad, irritabilidad, falta de concentración, impulsividad, dificultad para dormir, y una disminución notable de nuestra capacidad de retención y atención.

Nuestro cerebro no está diseñado para procesar múltiples demandas simultáneamente. Y aun así, se espera que respondas rápido, contestes todo, trabajes en varias cosas a la vez, estés disponible siempre, y NO TE DESCONECTES.

Hay personas que piensan que el multitasking es una cualidad, pero en realidad deteriora nuestra claridad mental y disminuye nuestra productividad real. Cuando saltamos entre tareas, el cerebro necesita tiempo para reorganizarse. Este desgaste que se repite cientos de veces al día, crea fatiga cognitiva.

Y cuando no hay descanso, cuando no hay pausas, el cuerpo entra en modo de supervivencia.

Y en ese modo dejamos de ser creativos, presentes, empáticos y compasivos; simplemente funcionamos.

Pero más allá del cuerpo y la mente, hay otro impacto silencioso: la desconexión espiritual. Porque la vida moderna está llena de ruido, pero vacía de silencio. Llena de actividad, pero escasa de presencia. Llena de estímulos, pero carece de significado.

La prisa nos aleja de la intuición, la contemplación, la gratitud, y la escucha interior. Nos aleja del alma.

Cuando vivimos acelerados dejamos de sentir, de percibir, de registrar lo que necesita nuestra energía y de honrar nuestro ritmo natural, el cual tenemos completamente olvidado.

Empieza a haber un vacío difícil de explicar: estamos ocupados, pero no plenos, avanzamos, pero no crecemos, nos movemos, pero no sabemos hacia dónde.

¿Por qué nos cuesta tanto salir de la velocidad? ¿Por qué lo sigo haciendo si se que me hace tanto daño?

Porque la velocidad se normalizó. 

Porque el colectivo funciona así.

Porque creemos que si bajamos el paso, nos quedamos atrás.

Porque confundimos productividad con valor personal.

Porque nos da miedo ser malinterpretados si no respondemos rápido.

Porque la urgencia de los demás se confunde con importancia y prioridad.

Pero es justo aquí donde podemos recuperar el poder: cuestionándonos. Preguntándonos si este ritmo nos pertenece o lo heredamos sin darnos cuenta, si responde a nuestra paz o a la necesidad ajena y si es así como queremos vivir.

Y entonces, ¿cómo regreso al ritmo que me hace bien y me da paz? 

Volver a ti requiere ser valiente y ponerte límites a ti, no al otro. Ponerte pausas intencionales como por ejemplo:

  1. Deja espacios sin notificaciones. Tu energía no tiene por qué estar disponible todo el tiempo.
  2. Responde cuando puedas, no cuando el otro lo espera. La urgencia del otro no es tu responsabilidad.
  3. Practica momentos de presencia real: sal a caminar, respira, tómate un minuto para estar en silencio y resetear tu sistema nervioso.
  4. Elige un momento sin pantallas.
  5. Pregúntate ¿esto requiere mi atención ahora o solo mi reacción? Muchas veces sólo estamos reaccionando, no eligiendo.
  6. Integra prácticas de autoconexión: meditación, respiración consciente, hacer journaling.
  7. Aprende a decir necesito tiempo”. Priorizarte a ti. 

Volver a tu ritmo natural no es renunciar al mundo, es aprender a moverte dentro de él sin perderte.

El mundo de hoy nos empuja hacia adelante sin pausa, pero eso no significa que tengamos que vivir en ese estado de urgencia permanente. Podemos crear espacios que honren nuestro bienestar y respeten lo que nuestro cuerpo, mente y espíritu necesitan.

Al final, no se trata de desconectarnos del mundo, sino de reconectarnos con nosotros mismos. La verdadera plenitud no está en responder rápido, sino en vivir presentes. Y ese es un ritmo que nadie puede decirte cuál es, sólo tú sabes.