No era terror, era autoconocimiento.
Nov 14, 2025
En la nueva interpretación de la obra de Mary Shelley, se explora la historia del “monstruo” como una reflexión sobre identidad, rechazo, autocompasión y desarrollo personal. Lleva consigo un importante recordatorio a conectar contigo mismo y transformar la forma en que entiendes tu propio proceso de autoconocimiento.

La criatura de Frankenstein ha sido, desde hace dos siglos, una metáfora de lo humano. En la versión más reciente de Guillermo del Toro, la historia abandona el relato gótico de Shelley para explorar la herida del rechazo, el deseo de pertenecer y la búsqueda de sentido.
Es ahí donde la película se vuelve una invitación a mirar las partes de nosotros que solemos evitar.
En un contexto en el que el bienestar a menudo se asocia con lo “luminoso”, Frankenstein nos recuerda que también hay crecimiento en lo que duele. Que las emociones incómodas —la soledad, la frustración, la sensación de no encajar— son parte del proceso de conocernos y cuidarnos.
Identidad y pertenencia: la búsqueda que nunca termina
El experimento de Víctor Frankenstein no es solo una creación científica; es el intento de controlar la vida, de dar forma a lo que no entendemos. Su criatura, por el contrario, encarna la necesidad de ser vista y aceptada.
Desde la mirada mas profunda, este contraste refleja un conflicto que muchos enfrentan: el de moldearse para cumplir expectativas externas mientras ignoran su propio ritmo interior.
El desarrollo personal no consiste en “corregir” lo que somos, sino en comprendernos. En lugar de reprimir las partes que no encajan, se trata de integrarlas.
Del Toro muestra que el verdadero “monstruo” no es quien fue creado, sino la incapacidad de su creador para reconocerlo como un ser completo. Visto de otra forma, esa ceguera se puede llegara sentir como cuando nuestras emociones cuando no se ajustan a la imagen de “equilibrio” que idealizamos.
La creación consciente y la responsabilidad del cuidado
En su esencia, Frankenstein es una historia sobre la creación. Pero crear implica cuidar.
Victor da vida a un ser, pero se desentiende de él. Lo mismo ocurre cuando intentamos “crear” una nueva versión de nosotros —más productiva, más positiva— sin atender las emociones o heridas que la sostienen.
El bienestar real no se trata de fabricar una identidad nueva, sino de cuidar la que ya existe.
Cada hábito, cada pensamiento, cada relación que elegimos es una forma de creación consciente. Y, como en la película, la pregunta ética sigue siendo la misma: ¿estamos acompañando lo que traemos al mundo —o lo dejamos solo en su proceso de transformación?
Una historia sobre la humanidad, no sobre el horror
Guillermo del Toro convierte Frankenstein en un espejo emocional. Lo que parecía un cuento de terror se vuelve una reflexión sobre el vínculo, la empatía y la necesidad de ser reconocidos.
El mensaje, al final, no es sobre monstruos ni ciencia, sino sobre humanidad.
Y quizá ahí radica la conexión más profunda con el bienestar: entender que el autoconocimiento no siempre es luminoso, pero sí necesario. Que solo integrando lo que rechazamos podemos sentirnos completos.
Cada quien lleva dentro una parte que alguna vez se sintió incomprendida. Frankenstein nos invita a mirar esa parte con honestidad, sin miedo a lo que encontremos.
Porque bienestar no es eliminar las sombras, sino aprender a vivir con ellas.