¿Por qué nos da vergüenza sentir?
Jul 28, 2025
Por María Sotres
Psicologa con una maestría en Terapias Contextuales y especialidades en Desarrollo Humano, Psicoterapia Gestalt y Psicoterapia Corporal
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En consulta, pocas personas nombran directamente la vergüenza. Pero aparece disfrazada, todos los días en frases como:
- “No quiero ser dramática”
- “No quiero ser una carga”
- “Seguro estoy exagerando”
- “No sé cómo pedir ayuda sin sentir que molesto”
La vergüenza es una emoción silenciosa, que muchas veces actúa por debajo del discurso, organizando decisiones, relaciones, posturas corporales y formas de vincularnos con el mundo emocional. Puede volverse tan crónica que ni siquiera sabemos que está ahí. Solo sabemos que hay algo en mostrar lo que sentimos que se siente como “demasiado”.
En un mundo que sobrevalora la autonomía, la claridad y la estabilidad emocional, sentir se ha vuelto incómodo y poco “productivo”. Y por lo tanto, mostrarse vulnerable se ha vuelto un riesgo. Pero esta vergüenza no nace de la nada. Piensa en los niños: no tienen esa vergüenza por sentir. Nuestra vergüenza tiene raíces profundas, personales y colectivas.
¿Qué es la vergüenza?
Al igual que la culpa, la vergüenza es una emoción social primaria. Se suelen confundir porque ambas están asociadas al error y al juicio. Sin embargo, mientras la culpa dice “hice algo mal”, la vergüenza dice “hay algo mal en mí”.
Para Brené Brown (2012), la vergüenza es “el miedo a la desconexión: la creencia de que si otros supieran quién soy realmente, no sería digna de amor o pertenencia”.
Por eso puede sentirse tan intensa que el sistema nervioso la registra como amenaza. Queremos desaparecer, encogernos, cambiar de tema o abandonar el lugar antes de sentirnos expuestos.
¿Por qué comenzamos a sentir vergüenza?
No hace falta haber vivido un trauma para cargar con vergüenza. Basta con haber crecido en un entorno donde las emociones eran incómodas o ignoradas. Si al llorar te decían “no es para tanto”, si al mostrar sensibilidad te llamaban “dramática”, aprendiste que sentir era inapropiado, y que mostrarse tal como eras ponía en riesgo el vínculo.
La vergüenza, entonces, es una memoria emocional del cuerpo que se activa cada vez que intuye que mostrarse podría doler de nuevo.
¿En dónde se siente la vergüenza?
La vergüenza no es solo mental: es corporal. Nos encogemos, evitamos la mirada, sostenemos la respiración. El cuerpo se protege cerrándose al mundo.
Desde la neurobiología, esto tiene sentido: la vergüenza activa el mismo sistema de amenaza que el miedo físico. Como dice Stephen Porges, creador de la teoría polivagal: “Cuando percibimos una amenaza relacional (como el juicio o el rechazo), nuestro sistema nervioso responde como si estuviéramos en peligro físico real.”
La vergüenza influye en nuestra capacidad de sentir y pedir
Desde pequeños aprendimos que sentir tenía consecuencias. Con el tiempo, ocultar emociones se volvió automático. Así, en lugar de decir “tengo miedo”, decimos “estoy cansada”; en lugar de pedir contención, decimos “no pasa nada”.
El resultado: no podemos mostrarnos auténticamente ni pedir lo que necesitamos. Lo emocional se vuelve inaccesible y se convierte en tensión, ansiedad o relaciones que no se sienten seguras.
La vergüenza en los vínculos
La vergüenza se esconde bajo disfraces que aprendimos como protección:
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Autoexigencia: si soy perfecta, no me rechazan
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Control emocional: si no muestro nada, no me lastiman
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Desconexión: si no siento, no sufro
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Cuidados excesivos: si soy útil, tal vez me quieran
Pero la vergüenza no se disuelve con lógica, sino en relación. Se transforma cuando alguien nos ve en nuestra vulnerabilidad y elige quedarse. Cuando podemos decir “me siento poca cosa” y en lugar de corregirnos, nos sostienen.
Herramientas para acompañar la vergüenza
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Nombrarla: decirte “esto que siento es vergüenza, y tiene sentido”.
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Hablar con la parte que se esconde: ¿Qué edad tiene? ¿Qué protege?
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Cambiar la postura corporal: mueve tu cuerpo en dirección opuesta al encogimiento.
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Buscar vínculos que regulen, no que corrijan: rodéate de quienes te sostienen sin querer “arreglarte”.
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Respiración restaurativa: exhala largo y repite: “no estoy sola”, “esto viene de una parte que me quiso proteger”.
Preguntas de reflexión:
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¿Qué aprendí sobre las emociones en mi infancia?
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¿Qué emociones me daba vergüenza sentir o mostrar?
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¿Con quién me siento libre para emocionarme? ¿Con quién no? ¿Por qué?
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¿Qué parte de mí temo mostrar por miedo al rechazo?
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¿Cómo reacciona mi cuerpo cuando siento vergüenza? ¿Qué necesito en esos momentos?
Quizás no se trata de dejar de sentir vergüenza, sino de no dejar que ella decida por ti. La vergüenza no es enemiga: es una parte que trató de protegernos. Y hoy podemos responderle con compasión.
Sentir no es exagerado. Pedir no es peligroso. Llorar no es inadecuado. Tu cuerpo no está roto: está hablando el idioma de tu historia.
Y tú puedes empezar a responderle con amabilidad.
Referencias bibliográficas:
Brown, B. (2012). Daring Greatly.
Maté, G. (2021). The Myth of Normal.
Jacobs Hendel, H. (2018). It’s Not Always Depression.
Porges, S. (2011). The Polyvagal Theory.
Van der Kolk, B. (2014). The Body Keeps the Score.
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